Uno de los signos de la decadencia intelectual de estos tiempos es la instalación de polémicas emergidas desde la ignorancia, azuzada por el fanatismo religioso, la mojigatería conservadora rancia y anacrónica, una endeble conciencia histórica y falta de cultura general.
Por María Victoria Bravo.
La fiesta inaugural de los Juegos Olímpicos de París, en las últimas horas, desató una ola de comentarios negativos y repudio debido a una representación artística que erróneamente se confundió con una parodia de “La Última Cena” de Leonardo da Vinci. Se generaron ríos de comentarios y publicaciones condenando como blasfemo el uso de artistas vestidos de mujer, confundiéndolos con la famosa Agenda 2030 y la cuestión “woke”, creyendo que satirizaban o parodiaban el ritual de la EUCARISTÍA.
Lo que en realidad se intentó representar fueron las “Fiestas Dionisíacas”, también denominadas bacanales, que se celebraban en la antigua Grecia junto con las saturnales, en homenaje a Dionisio (Baco), dios del vino y del teatro. Algunos historiadores las llamaron “fiestas del goce”, ya que eran un culto al placer y la gloria, donde se daba rienda suelta a la satisfacción de todos los sentidos. En estas festividades, las personas se disfrazaban de ninfas y sátiros, intercambiaban regalos y el hedonismo estaba a la orden del día. Eran celebraciones orgiásticas de origen agrícola en torno a un dios que representaba la encarnación de la naturaleza y la máxima expresión de la fertilidad. En algunas regiones, incluso se llevaba en procesión un gran falo por las calles.
Luego, con la consolidación del cristianismo como religión oficial en el Imperio Romano de Oriente, se estableció un mecanismo híbrido entre sincretismo y suplantación con la cultura greco-romana. Esto implicó la adopción de la estructura imperial como organización administrativa (con la división de arquidiócesis y diócesis) y la sustitución del panteón de dioses por el de santos y mártires. Algo similar ocurrió en lo ceremonial y ritual, ya que muchas festividades, incluidas las bacanales y las saturnales, se redefinieron como la NAVIDAD. Por lo tanto, desde sus orígenes, esta festividad ha tenido cierto grado de consumismo y hedonismo. Posteriormente, en la Edad Media, el sistema capitalista en EE. UU. aprovechó esto para vaciarla de contenido espiritual y simbólicamente reemplazar la figura de Cristo por la de Papá Noel, completando su mercantilización.
En cuanto a la homosexualidad y las cuestiones de género, es importante destacar que en la antigua Grecia y en diversas culturas mesopotámicas y del Lejano Oriente, el amor entre personas del mismo género nunca representó un problema moral. Lo único que no estaba bien visto estaba relacionado con los roles que asumían los integrantes de esas relaciones: un hombre de posición social superior a su pareja no podía adoptar una actitud “pasiva o femenina” en el vínculo.
En términos religiosos, por ejemplo, en la Mesopotamia, los sacerdotes y sacerdotisas de la diosa Inanna (Ishtar) eran bisexuales o transgénero debido al poder transformador de la misma diosa. Dentro del panteón mesopotámico, también encontramos a Enki, que no tenía un género definido; es decir, es el primer antecedente del género no binario en la antigüedad. En el culto a la diosa frigia Cibeles y a Atis, el clero también estaba compuesto por personas transgénero. Se cree que este culto fue una inspiración de la mencionada diosa Inanna. En Japón, el Gran Maestro Kobo Daishi fomentó el amor entre personas del mismo género, inspirado en lo que sucedía en China, ya que consideraban que era un tipo de vínculo que ennoblecía al ser humano. En Egipto, las relaciones bisexuales eran frecuentes y no generaban polémica, salvo en el caso de que el gobernante asumiera un rol femenino. En Tailandia, desde el siglo XIV d.C., se reconoce un tercer género denominado “Kathoey”, que significa “damas varones”. En las poblaciones originarias americanas, también existía una categoría que hacía referencia a la existencia de dos espíritus en un mismo cuerpo. En África, se los denomina “ashitme”, y en la India se les llamó “kinnar” (400 a.C.).
El análisis histórico sobre el amor entre personas del mismo género revela una perspectiva interesante. Si construyéramos una línea de tiempo, podríamos determinar que desde el 4000 a.C. hasta el siglo IV d.C., este tipo de amor no revestía una cuestión moral. De hecho, en las sociedades antiguas, se veía de manera positiva, ya que se creía que fortalecía a los individuos en el campo de batalla. Impulsados por el amor, se esforzaban por impresionar a sus amantes y ennoblecían el vínculo. En ese momento, no existían términos para distinguir estas relaciones; simplemente eran consideradas como una forma más de expresar afecto.
Sin embargo, con la aparición de la cultura occidental y el cristianismo como legitimador del poder real, la homosexualidad comenzó a ser condenada y se convirtió en una relación clandestina, reprimida en una sociedad puritana que consideraba pecaminoso todo lo relacionado con la carnalidad.
Aunque el cristianismo católico basó su fundamento teológico en la idea aristotélica de la unidad ontológica entre cuerpo y alma, en la práctica, se fomentó predominantemente el aspecto espiritual y ascético. Esto llevó a la suplantación de las festividades hedonistas por peregrinaciones y penitencias. Las autoflagelaciones eran la consecuencia del sentimiento de culpa, y se creía que quien no se sacrificaba no era digno del amor de Dios, considerándolo un hereje blasfemo.
La causa de los prejuicios y el constante señalamiento hacia aquellos que no podían reprimir sus “inclinaciones antinaturales” radicaba en esta transformación cultural. A pesar de la definición de ser humano como la unidad de cuerpo y alma, el catolicismo ejercía una tiranía sobre el aspecto físico, lo que resultaba destructivo para la esencia humana. Sin embargo, también se convertía en una herramienta eficaz para dominar la voluntad de los fieles. Aquellas personas que sentían culpa constante por querer ejercer su libertad de amar o elegir lo que era mejor para sus vidas se convertían en esclavas de su fe. Dejaban de pensar por sí mismas y dependían de tutores o líderes espirituales que les dictaban cómo vivir, pensar, vestirse, a quién amar e incluso a quién odiar. En nombre de Dios y de una doctrina mal enseñada, se perpetuaba una suerte de minoría de edad, como lo describiría Immanuel Kant.
El concepto del libre albedrío ha sido objeto de debate y reflexión a lo largo de la historia. Se refiere a la creencia de que las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Tradicionalmente, se considera que las acciones realizadas por libre voluntad merecen crédito o culpa. Sin embargo, este concepto ha sido criticado por pensadores como Baruch Spinoza, Arthur Schopenhauer, Karl Marx y Friedrich Nietzsche, quienes lo ven como una forma de ideología individualista.
En la Edad Media, la sociedad estaba dividida en tres órdenes: los oratores (clero), los bellatores (nobleza) y los laboratores (trabajadores). Estos últimos mantenían a las otras dos órdenes según el “plan divino”. Durante mil años, los siervos fueron explotados por señores feudales y el clero, quienes se beneficiaban de impuestos, diezmos y abusos como el derecho de pernada.
A pesar de las innovaciones tecnológicas y el surgimiento del capitalismo en la modernidad, el determinismo religioso fue reemplazado por un determinismo científico. El darwinismo social contribuyó a recuperar el concepto de libertad, a pesar de retomar el modelo grecorromano. Incluso figuras como Leonardo da Vinci enfrentaron condenas por su orientación sexual. El dualismo cartesiano separó aún más el espíritu del cuerpo, y la homosexualidad continuó siendo vista como algo antinatural y anormal en el nuevo paradigma científico y social. A pesar de estos cambios, el catolicismo mantuvo su influencia en las sociedades de las antiguas colonias españolas.
El siglo XX trajo consigo cambios significativos en la sociedad y la cultura, y uno de los temas centrales fue la lucha por los derechos civiles y la visibilidad de las minorías.
El Libre Albedrío y la Lucha por los Derechos: La Emergencia de las Casas Drag Queen
En la segunda mitad del siglo XX, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un cambio de paradigma científico y cultural. La crítica a la razón instrumental y la emergencia de los nacionalismos totalitarios dejaron una profunda huella. Los campos de concentración, incluidos los gulags del estalinismo, representaron horrores inimaginables.
En este contexto, las corrientes posmodernas comenzaron a estudiar fenómenos que escapaban a las leyes generales. Surgieron movimientos en defensa de los derechos civiles, como el activismo ambientalista y pacifista. La comunidad LGTBIQ+ también alzó su voz contra la discriminación que había persistido desde la Edad Media. Durante las décadas de los 80 y 90, la lucha se intensificó, especialmente cuando la epidemia del SIDA afectó a las Casas Drag Queen.
En los años 60, surgieron lugares seguros para personas homosexuales y transgénero que habían sido expulsadas de sus hogares debido a convenciones religiosas. Estas personas enfrentaban una extrema vulnerabilidad y, en muchos casos, se veían obligadas a prostituirse para sobrevivir. Las trágicas consecuencias incluían muertes violentas o suicidios.
Fue entonces cuando aparecieron las “casas seguras”, dirigidas por “madres drag”. Estas casas proporcionaban refugio y creaban lazos de pertenencia y contención. Además, competían en la pista de baile, practicando el estilo voguing. Inspirado en las poses de las modelos de la revista Vogue, el voguing se convirtió en un fenómeno clandestino y popular en toda la comunidad queer. En los años 80, se consolidó y comenzó a enseñarse en academias de Harlem. Este estilo artístico utilizaba la sátira y la crítica social para expresar la lucha y la identidad.
En 1990, Madonna lanzó el icónico éxito “Vogue” en apoyo a la comunidad LGTBIQ+. El video musical representaba a la Casa de Estravaganza y se convirtió en un himno contra la discriminación, alcanzando el número 1 en las listas de éxitos.
La historia de las Casas Drag Queen y su contribución a la lucha por la igualdad y la visibilidad sigue siendo un testimonio poderoso de la resistencia y la creatividad de la comunidad queer.
Avances y Desafíos en la Lucha por los Derechos de la Comunidad LGTBQ+
En los últimos años, se han logrado avances significativos en materia de políticas públicas en nuestro país, como el matrimonio igualitario, el DNI no binario y la ley de educación sexual integral. Sin embargo, a pesar de estos logros, la integración social absoluta de la comunidad LGTBQ+ aún no se ha alcanzado por completo. Existe una contradicción inherente a los movimientos posmodernos: aunque rechazan las categorizaciones y etiquetas propias de la modernidad, en la práctica observamos una proliferación de rótulos que a veces confunden o dificultan el acceso al conocimiento.
Siguiendo la línea de tiempo que propuse en párrafos anteriores, podemos concluir lo siguiente:
Antigüedad (Cuarto Milenio a.C. - Siglo IV d.C.):
- Durante este período, la comunidad LGTBQ+ vivía incluida en la sociedad. Se consideraba un tipo de vínculo amoroso más, sin etiquetas ni discriminación. No constituía una preocupación moral. Además, es interesante notar que su práctica tiene milenios de historia, mucho más que el propio cristianismo.
Edad Media hasta mediados del siglo XX:
- Esta etapa puede describirse como clandestina, con normas represivas tanto sociales como penales. Sin embargo, fue durante este tiempo que se gestó la semilla de la resistencia.
Desde la postguerra hasta la actualidad:
- En este período, se ha producido una lucha activa y una reivindicación de derechos. Aunque algunas políticas públicas han avanzado en algunos países, la situación aún está lejos de ser ideal. No afirmo que todo tiempo pasado haya sido mejor, pero desde mi perspectiva, la antigüedad sigue siendo un período de mayor libertad para la comunidad LGTBQ+ .
Reflexiones sobre la Polémica y la Naturaleza Humana
Es interesante retomar la polémica suscitada por la fiesta inaugural de los Juegos Olímpicos de París. Observo cierta manipulación maliciosa por parte de grupos políticos de la derecha y el liberalismo conservador (una contradicción en sí misma) que buscan politizar y fijar una postura en contra de la agenda 2030. Sin embargo, no todo vale, y menos aún aprovecharse de la falta de información para instalar opiniones basadas en comparaciones falsas.
Para alguien informado, resulta difícil ver la relación entre una representación artística de las fiestas bacanales y la “Última Cena” de Leonardo da Vinci. Personalmente, no encuentro argumentos sólidos que respalden la idea de una parodia de la Eucaristía; me parece poco creíble y forzada.
Lo más preocupante es que aún debatimos estas cuestiones en pleno siglo XXI, en medio de una revolución tecnológica con la presencia de la inteligencia artificial. Durante la antigüedad, estos debates ya estaban resueltos y superados.
En cuanto al hedonismo como valor moral, comparto la visión aristotélica. El equilibrio, el punto medio, es la mayor virtud. Los extremos rara vez conducen a buenos resultados. Sigo defendiendo la definición griega del ser humano: somos una unidad de cuerpo y alma. No somos puramente espíritu ni pura carnalidad; debemos aceptar esa dualidad. Tenemos impulsos mundanos y necesidades espirituales trascendentales.
La posmodernidad, sin embargo, no ha proporcionado una solución ontológica a esta cuestión. Más bien, ha destruido la concepción aristotélica del ser humano. Como afirmó Foucault, “el hombre ha muerto”.
Para Sartre los seres humanos ya no estamos determinados por una esencia fija. Primero existimos y luego construimos nuestro ser a través del ejercicio ilimitado de la libertad. Somos como un proyecto en constante desarrollo, una potencia en movimiento. Además, sostenía que “el hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Nuestro ser es el resultado de un conjunto de elecciones libres.
El concepto de libertad en Sartre es atractivo y puede aplicarse perfectamente a los planteamientos que presento en este artículo. Sin embargo, el existencialismo también tiene sus limitaciones. Cuando no sabemos quiénes somos, es probable que transitemos toda nuestra vida en una constante crisis existencial. Estas crisis identitarias pueden llevarnos al relativismo, al nihilismo y al famoso desencanto posmoderno. En ocasiones, caemos en el narcisismo hedonista más tóxico o nos dejamos atrapar por fanatismos o sectas espirituales enajenantes. Vivimos en un mundo donde todo es relato o mito, y al mismo tiempo creemos en corrientes de la new age o en prácticas como el tapping, incluso cuando se trata de estafas piramidales.
En este contexto, carecemos de una estructura mínima de valores éticos que nos guíe. Sin embargo, lo más saludable que podemos hacer es aceptar nuestra condición humana y, como primer paso, respetar el valor de la dignidad de la vida. A partir de ahí, creamos valor para nosotros mismos y para los demás basándonos en algo tan básico y fundamental como el amor hacia el otro. Comprender que el objetivo final debe ser la felicidad individual y colectiva. En ese marco de empatía, ejercemos nuestra libertad. Cuando sentimos amor por el otro, respetamos su libre albedrío y su proyecto de vida. Solo así podremos evitar calamidades que nos lleven a la extinción y comenzar a madurar como humanidad.
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